Historia del barrio

De La Guindalera al Parque de las Avenidas

Por Francisco Aguilar Piñal

Un poco de historia

Hasta hace poco más de cien años, el solar de «La Guindalera» pertenecía al extrarradio de Madrid, en campo yermo o tierras de labor pertenecientes a particulares, que se enriquecieron con la fiebre de la construcción desatada a partir de 1874, año en que comienzan en el Archivo de Villa los expedientes de edificación de la zona, que suman sesenta y cinco licencias seis años después.

Como estos edificios estaban situados fuera del ensanche, se concedieron los permisos sin mayor problema ni control, ya que se advertía al constructor que, en cualquier momento, «las reformas de la población podían hacer necesario un estudio de alineaciones y rasantes en aquella zona». Así, el urbanismo madrileño, tan corto de miras para el futuro que sólo atendía a los requerimientos de la Comisión del Ensanche, fue dejando hacer, sin plan alguno que enlazara las nuevas construcciones con el moderno barrio de Salamanca.

A los pocos años, la situación era caótica, como confiesa en 1906 el ingeniero Núñez Granes: «Los alrededores de Madrid continúan entregados a sí mismos. Cada cual hace vías y construye donde y como quiere. Las licencias para edificar se dan por el Ayuntamiento sin que existan alineaciones ni rasantes aprobados, resultando así autorizadas obras que más adelante serán obstáculos para la formación de un plan de urbanismo racional». Desde su origen, en Chamartin, el arroyo Abroñigal, que hoy pone término al «barrio 44», fijaba (oficialmente desde 1822) los límites territoriales entre Madrid y Canillas, hasta su confluencia con el Manzanares, pero abasteciendo antes de agua a conventos y hospitales, nueve fuentes públicas, la cárcel real y a cerca de un centenar de casas particulares.

Con sus límites bien precisos, entre la autopista de Barajas (Avenida de América), las calles de Alcalá (entre Ventas y la Avenida de América). Camino de Ronda (hoy Francisco Silvela) entre Avenida de América y plaza de la Alegría (hoy Manuel Becerra) y el arroyo del Abroñigal (después Avenida de la Paz. M-30 y últimamente Calle 30), este barrio, con el nombre genérico de «La Guindalera», ha pertenecido sucesivamente a los distritos del Retiro, de Buenavista y de Salamanca, al que pertenece en la actualidad.

En él podemos considerar cinco zonas, que corresponden a las sucesivas etapas de su formación: La Guindalera, Las Ventas del Espíritu Santo, El Madrid Moderno, El Parral y el Parque de las Avenidas.

El año anterior a su asesinato (1897), Cánovas del Castillo, había conseguido que las Cortes aprobaran el «Plan de Urbanización del término municipal de Madrid», que ampliaba el radio de acción hasta los ocho kilómetros, a partir de la Puerta del Sol, pero su muerte impidió la realización del plan.

Hasta 1905 no acabaron de urbanizarse la Ronda (hoy Francisco Silvela) y la Plaza de la Alegría (Manuel Becerra), sin empedrar ni asfaltar, solamente «explanadas». Años más tarde. Antonio Velasco Zazo, escribía en su libro EI progreso de Madrid (1930): «Lo que hace poco eran arrabales queda dentro del término municipal, mientras el ensanche sigue y sigue hacia el campo, fijando hotelitos y villas de simpático aspecto, por donde antes sólo había tejares, vertederos y muladares…El barrio de Salamanca continúa ensanchándose, con el mismo afán de sus primeros días, llegando las calles de Serrano y Diego de León a tocar con el Camino de Ronda y La Guindalera».


Pero el Informe sobre la Ciudad, de 1929. es algo más pesimista, al exponer que «la urbanización del extrarradio es caótica y no pertenece a principio alguno de precisión». El mismo año de 1930 se falló un concurso internacional de anteproyectos para urbanizar el extrarradio de Madrid, provocando el aplauso del escritor Pedro Gómez Aparicio, quien asume las denuncias de que las afueras de la capital madrileña están constituidas por «una multitud caótica y confusa de edificaciones, levantadas de modo caprichoso y arbitrario, que si desde el punto de vista urbanístico constituyen un baldón, desde el sanitario son un temible peligro con su cinturón de pozos negros y sus inmundos vertederos de basuras» {Madrid germen de gran ciudad, 1932).

puenteVentas

Esta es la triste realidad con que se van a encontrar las nuevas barriadas, al nacer sin el control de una inexistente Gerencia de Urbanismo, sin planificación municipal, ni muros penales para abusos en la construcción.

Sin embargo, la vida era sosegada y amable para los venturosos habitantes de esos chalecitos alejados de la capital, incluso más allá del Abroñigal. con huerta y aire puro. Un ejemplo de esa vida nos lo cuenta Narciso Campillo de sus queridos amigos, los sevillanos Bécquer, uno pintor (Valeriano) y otro poeta (Gustavo Adolfo), que se habían trasladado a Madrid desde la vecina Toledo en 1869: «Poco más de un año llevábamos en Toledo, cuando volvimos a Madrid. Gustavo se había ido antes, y desde allí hacía la descripción, en carta, del hotelito que había visto en el barrio de la Concepción, adonde íbamos a vivir (con Julia Bécquer) con un bello jardín en la parte delantera y con una huertecita detrás, con algunos árboles frutales y los cuadros grandes de fresa rodeados de frambuesa y grosella».

Aclara que «Una Sociedad inmobiliaria había construido varios hoteles cerca del arroyo Abroñigal. que permanecían cerrados: alquilé yo uno. los dos hermanos tomaron el más próximo y desde entonces nuestra cariñosa amistad se trocó en unión fraternal e íntima». Del poeta escribía: «Allí se entregó con afán a su vida solitaria y contemplativa; pasaba días enteros cultivando su jardín, hablando de literatura y artes con Valeriano y los amigos que iban a visitarle, o alternando en infantiles juegos con sus pequeños hijos».

Pero la alegría duró poco tiempo. El pintor Valeriano murió al año siguiente, y el hermano poeta cambió su domicilio a la calle Claudio Coello. La verdad es que, todavía en 1944, en el plano de Madrid «siguen quedando grandes huecos vacíos en las vaguadas de la Castellana y del arroyo Abroñigal». Huecos que se van rellenando a enorme velocidad en los años siguientes, hasta el punto de que este «barrio 44» puede considerarse ya incorporado plenamente a Madrid, con unos núcleos de población y unos servicios de transporte que, prácticamente, lo han convertido en uno de los barrios céntricos de la capital.

Brevemente, la historia del transporte madrileño comenzó con el empedrado de las calles por donde había de pasar el tranvía de Ventas, cuya linea enlazó desde 1882 este barrio con la glorieta de Embajadores, pasando por Cibeles. Atocha y Ronda de Valencia. Un 1893 nació la Sociedad Anónima del Tranvía de la Guindalera y la Prosperidad, que unió estos barrios con el de Salamanca. En 1903 comenzó la línea de Ventas a Ciudad Lineal y Cuatro Caminos, con «sala de espera» en la esquina de Alcalá. En 1904 comenzaron los tranvías a vapor desde el Paseo de Ronda al camino de Canillas, pasando por las calles Alonso Heredia, Pilar de Zaragoza, Bejar y Cartagena.

El nacimiento del Metropolitano subterráneo tuvo desde sus comienzos los talleres a orillas del Abroñigal, en el cruce de Ventas, que pronto tuvo enlace con la Puerta del Sol, Quevedo y Cuatro Caminos por la línea 2.

En 1954 el suburbano de los Carabancheles llegó hasta Diego de León, según dice el informe, «para empalmar las barriadas de Ciudad Jardín, de Guindalera y de Prosperidad, en franco desarrollo». A los tranvías y al Metro se añadieron los autobuses de superficie, que enlazaban el centro con Manuel Becerra, Cartagena, Francisco Silvela o Diego de León.

Desaparecidos el tranvía y los trolebuses, a día de hoy, las lineas 1, 21, 43, 48, 53, 74 y 122 de autobuses y la línea 7 del suburbano contribuyen a la buena comunicación del Barrio 44 con el resto de Madrid.

La Guindalera

A principios del siglo XIX existía en la zona Este de Madrid una huerta con una extensa plantación de guindos, cuyos frutos se vendían para su conservación en aguardiente, llamada la «Huerta de Don Guindo», mole con que se conocía al propietario. La guardesa, de nombre Isabel, se hizo famosa en la capital porque surtía de esta fruta para compotas y almíbares a los conventos de monjas. Eso, al menos, es lo que dice la leyenda.

Pasados los años, entre 1860 y 1864, los propietarios de aquellas tierras de labor, condes de Sevilla y Villapadierna, entre otros, se constituyeron en Sociedad con el propósito de construir casas para vivienda, aprovechando el impulso municipal de la ampliación de Madrid conocida como «El Ensanche» o Plan Castro, de 1860.

El terreno fue dividido en pequeñas parcelas para solares, cuya venta osciló entre 0,5, 0,10 y 0,15 céntimos el pie cuadrado. En un principio, facilitaron la edificación regalando algunos solares a los albañiles que participaban en la construcción, para que allí levantaran sus casas.
Se abrió camino de herradura en Diego de León hasta Serrano, que se acababa de urbanizar. El resto del barrio de Salamanca, hasta la actual Francisco Silvela (antes Camino de Ronda) no era más que proyecto, sucediéndose lomas y campos yermos hasta los límites del ensanche. Entre los primeros habitantes de esta barriada, procedentes en su mayoría del noreste de España. se deben recordar los nombres de Juan el Montañés y Carabella la Aragonesa.

En mayo de 1874, la Comisión del Ensanche contestó no haber inconveniente para la solicitud de una «casa-ventorro» en La Guindalera, por la «escasa importancia de la obra y hallarse situada fuera del ensanche». Siete años más tarde, ya las instrucciones eran tantas que, a propuesta de la Asociación de católicos de la parroquia de San José, se concedió licencia para edificar «una nueva iglesia», en terrenos cedidos por el conde de Villapadierna.

La inmigración aragonesa en estas tierras debió ser determinante, por cuanto esta primera iglesia construida se puso bajo la advocación de la Virgen del Pilar, inaugurada el 12 de octubre de 1883, y fue levantada por suscripción popular, sobre planos realizados gratuitamente por el arquitecto Juan Bautista Lázaro.

Otras licencias del año 1881 se conceden para nuevas edificaciones en terrenos del mismo conde, de don José Antonio de Balenchana y del conde de Sevilla, estos «en el punto llamado La Calera, que atraviesa la vereda de La Guindalera y está próximo al Canali!lo». Al año siguiente, es decir, en 1882, ya se habla del «nuevo barrio de La Guindalera» en licencias para hoteles unifamiliares «de recreo», con jardín, palomar, gallinero y un guarda.

En la Guia de Madrid de Fernández de los Ríos, publicada en 1876, se puede leer que «entre los nuevos Pozos de la Nieve y la carretera de Aragón ha surgido recientemente el arrabal de La Guindalera, el primero que ha empezado arreglando los rasantes y alineaciones de sus calles, y construyendo melódica y acertadamente los ángulos de las manzanas, que son por el sistema de tablero de damas que proponía el señor Castro para el ensanche, pero no siguiendo el orden de aquel proyecto, sino tomando por base de la cuadrícula el lado exterior de la explanada del paso del circuito, por aquella parte concluida. Ocupa una magnífica posición y está llamado a unirse a la barriada de la carretera de Aragón».

En 1888 La Guindalera contaba con 762 habitantes y estaban ya adjudicadas las calles de Ardemans, Béjar, Cartagena, Francisco Mejía, Eraso, Pilar de Zaragoza, Agustín Duran, Francisco Santos y Martínez Izquierdo. Es el año del incendio del teatro Variedades de Madrid, y la «ejecución de los reos de La Guindalera». Un año después ocupa la alcaldía don Andrés Mellado.

A finales de siglo ya el barrio de La Guindalera había pasado a denominarse irónicamente Barrio de la Salud- con el hotel-sanatorio «Villa Salud», constituido principalmente por casas de obreros, que ya en 1897 se habían reunido en Asociación de Propietarios, para pedir servicios públicos, como el alumbrado, el agua corriente, alcantarillado y empedrado de las calles, a lo cual se niega el Ayuntamiento, por ser todavía calles particulares.

En 1909 vuelven a pedir el arreglo definitivo de sus polvorientas calles, «anegadas entonces por las lluvias del invierno», que hacen dificultoso el tránsito. El Ayuntamiento sigue mostrando su reticencia «ya que son calles del extrarradio y no está obligado a su conservación», pero autoriza a utilizar el material sobrante de otras obras para compactar el piso.

Carente de estos servicios mínimos, La Guindalera estaba considerado como barrio «poco salubre», con una mortandad del 24.67 por mil, muy lejos de los datos del centro de la capital. Hay que señalar que en 1893 se contabilizan dos vaquerías en el barrio, una en la calle Béjar y otra en Ardemans. A comienzos del siglo XX, en el plano de 1903, esta barriada finalizaba en la calle Cartagena, estando dedicado el terreno más allá, hasta el Abroñigal, a tejares y huertas, regadas por el agua del «Canalillo». que atravesaba diametralmente la zona.

La calle Cartagena, principal arteria de comunicación, fue siempre calle comercial, con cines, salas de fiesta y numerosas tiendas y talleres. La calle Juan de la Hoz fue bautizada en 1887 con el nombre de este dramaturgo madrileño del siglo XVII. La de Méjico, antes conocida por Doña Mencía, contaba en 1904 con un servicio de incendios, y en la de Bejar, además de la vaquería, estaba el colegio del Dulce Nombre de Jesús.

Por su mitad pasaba el tranvía desde 1893, uniendo la calle Serrano con la calle Cartagena. La tracción animal de este transporte fue sustituida por motores a vapor en 1904. La primitiva calle de la Maragata fue dedicada en 1887 al capitán madrileño Alonso de Heredia, que se distinguió en la conquista de Guatemala. Un cronista de 1930, al hablar de esta calle, escribe: «Aquí cambia por completo el panorama del barrio. Lo que antes era grandeza y suntuosidad, ahora es pobreza y algo de miseria, calles sucias, casuchas bajas y malolientes, mujeres desgreñadas. Aquí hacía falta un retoque de cultura y algunas escuelas».

Por estos parajes debían vivir los randas de los que Pío Baroja, en La busca, decía que «hoy se ven en los Cuatro Caminos; a los tres días en el Puente de Vallecas o en La Guindalera». Son páginas literarias, pero reflejo, sin duda, de una condición social y de una «crónica negra» que comienza en 1888, con la ejecución de los tres reos de La Guindalera (dos hombres y una mujer) ejecutados en la Cárcel Modelo y mencionados por Baroja en sus Memorias.

El nombre del periodista madrileño, historiador y académico, Ferrer del Río. fallecido en 1872, fue el escogido por el Ayuntamiento para sustituir al de la antigua calle Gonzalo de Las Casas, una de las más populares. En uno de los hotelitos de esta calle falleció en 1910 el poeta y comediógrafo Felipe Pérez y González, autor del libreto de la zarzuela La Gran Vía. Hoy se levanta en ella la iglesia de San Cayetano, de padres teatinos.

La calle Jerónima fue rotulada por las mismas fechas con el nombre de José Picón, arquitecto y autor teatral madrileño, que murió en 1873. La calle Azcona, antes de la Compañía, debe su nombre al sainetero madrileño Agustín Azcona, que falleció en 1860, dejando incompleta una Historia de la villa de Madrid, que no pudo completar por haberse quedado ciego. En esta calle, lindando con el Parque de las Avenidas, se construyó en 1946 una Escuela de Capacitación Social que, en 1970, recibió el nombre de su fundador, Francisco Aguilar y Paz, pasando posteriormente a depender del Ministerio de Trabajo, como escuela sindical, dedicada al político socialista y Presidente de las Cortes durante la II República. Julián Besteiro.

La calle de Doña Margarita, que iba desde Francisco Megía hasta el Abroñigal. por sendero terrizo, fue dedicada en 1903 al primer obispo de la diócesis Madrid-Alcalá, Narciso Martínez Izquierdo.

Paralelas a Cartagena fueron formándose las calles Iriarte (poeta del siglo XVIII) que sustituyó al nombre de Reus; Andrés Tamayo (medico de Felipe IV) antes de Doña Milagros; Pilar de Zaragoza, con la mencionada parroquia, que fue incendiada en 1936.

La nueva parroquia del Pilar fue construida en la calle Juan Bravo después de la Guerra Civil. Los servicios católicos se ofrecen hoy en las capillas de San Cayetano y Nuestra Señora del Henar.

Siguen a continuación las calles de Agustín Durán, bibliógrafo madrileño del siglo XIX. y de Teodoro Ardemans, arquitecto madrileño del siglo XVIII, autor de las Ordenanzas de Madrid.

En 1915, el antiguo Paseo de Ronda, pasó a llamarse de Francisco Silvela, conocido político que fue Presidente del Consejo de Ministros. En este año se terminaron de urbanizar las Rondas. aunque quedaron terrizas, sin empedrar ni asfaltar durante muchos años. En la acera de La Guindalera aún se conserva el hermoso palacete de la marquesa de Larios, finca denominada «La Trinidad», propiedad del Estado, que lo ha destinado a las Relaciones Internacionales. En el aspecto político, hay que destacar, en consonancia con los vecinos de esta barriada, que en el año de 1934 se constituyó aquí, en la calle Marqués de Ahumada 76, el «Ateneo Libertario de las barriadas de Guindalera y Prosperidad».

Ventas

A la izquierda de la carretera de Aragón, desde la Puerta de Alcalá, todo era tierra yerma en los planos del siglo XVII. Pero ya en el nomenclátor de 1860, cuando se inicia el ensanche, se incluyen en esta zona, alejada de Madrid, como entidades urbanas, doscientos caseríos, que se pueden agrupar en tres barriadas: «Casas de la carretera de Aragón», «Casas junto a la Plaza de Toros» y «Ventorrillos del Abroñigal». En la primera, a finales del siglo XIX, y cercana a la Puerta de Alcalá, todavía se mantenía en pie el «Parador de San José», que sería destruido para abrir paso a la nueva calle de Velázquez. Poco más arriba, a la altura de la hoy calle Príncipe de Vergara, había otros dos paradores, el de Sala, y enfrente el de Muñoz, como se puede apreciar en el plano de 1898.

En 1863. en el plano correspondiente a la primera división de Romanones, no aparece La Guindalera, ni el Barrio de Ventas, sino que todo se engloba en el Barrio de la Plaza de Toros, que comprendía «desde la Puerta de Santa Bárbara y Caminos de la Fuente Castellana y Chamartín, hasta Puerta de Alcalá y Camino Viejo de Vicálvaro». Una extensión desmesurada que denota el ningún interés municipal por esos yermos paredaños con el Abroñigal. Aunque el nombre ya existía de antiguo, aún no había nacido el núcleo urbano de La Guindalera, que sí aparece en el nomenclátor de 1888 con dos barriadas: «La Guindalera» y «Las Ventas del Espíritu Santo».

En el plano de 1867 aparecían tímidamente unas pequeñas parcelas construidas en el cruce del Puente de Ventas, y en el de 1875, con algunas más, figuraba ya el nombre de «Venta del Espíritu Santo», perteneciente todavía al Barrio de la Plaza de Toros (no la actual, sino la antigua, que estaba a comienzos de la calle Alcalá), lindando al norte con el Barrio de La Guindalera, según confirma el plano de 1883. Años después, el plano de 1898 muestra, al este de Madrid, tres barrios de gran extensión y escasas edificaciones, que son, de norte a sur: Prosperidad, Guindalera y Plaza de Toros.

Las Ventas, en cambio, es el nombre que recibe lo edificado a la derecha del puente y al otro lado del Abroñigal que, con el tiempo, figuraría como propio, olvidando sus modestos comienzos del sur de La Guindalera. Porque, si hay algún barrio desdibujado en la capital de España es, sin duda, el de Ventas, cuyos límites siempre han sido imprecisos. Su centro geográfico es el puente del mismo nombre que, cruzando el arroyo del Abroñigal, permitía la entrada y salida de Madrid por la carretera de Aragón, trazando un circulo a su alrededor, obtendríamos el conjunto del caserío que, a comienzos del siglo XX, era conocida como la «barriada de las cuarto esquinas».

Una de ellas entra dentro del espacio del «Barrio 44», que incluye la actual Plaza de Toros y su entorno. Apenas una esquina, entre la calle de Alcalá y la M- 30, zona de tránsito pero también de jolgorio para estudiantes y jóvenes de la bohemia, soldados y chulaponas que consumían grandes cantidades de alcohol en los paradores, ventas, posadas o merenderos que jalonaban la calle Alcalá hasta más allá del Puente de Ventas. Lugar populachero y poco atrayente para gustos exquisitos, como insinúa un cronista de la época: «Ciertamente es menester mucho deseo de divertirse para pasar la tarde en las Ventas que, en vez del Espíritu Santo, deberían llamarse del Espíritu del Vino». Rodeado de huertas y tejares, «en los alrededores de la barriada, como comenta Pío Saroja. había grandes hoyos con pilas de ladrillos, listaban ardiendo los hornos; salía de ellos un humo espeso de estiércol quemado que, rasando la tierra, verde por los campos de sembradura, se esparcía en el aire y lo dejaba irrespirable». Si a estos olores unimos los del maloliente Abroñigal, los vapores que emanaban de los ventorrillos y el polvo levantado por los continuos cortejos fúnebres que por allí pasaban camino del cementerio, podemos hacernos una idea de lo que el nombre de Las Ventas sugería a los madrileños de tiempos de Isabel II, de su hijo Alfonso XII y de su nieto Alfonso XIII.

No obstante, la del Espíritu Santo debió ser a comienzos del siglo XVIII la venta o posada de mayores comodidades, puesto que en 1725 se aposentaron en ella el rey Felipe V y la reina Isabel de Farnesio. Con el tiempo, fue degradándose el negocio, hasta desaparecer en 1750. Pero fue reconstruida en 1772, en el mismo lugar, dentro de una finca de cinco fanegas, para pasajeros, arrieros y carruajes de ‘»aquel camino real» por donde entraban o salían los viajeros que transitaban por la carretera de Madrid a Cataluña, pero dejando de ser venta para convertirse en parador.

Se conserva el plano, de mano del arquitecto Manuel Machuca Vargas, académico de mérito de la Academia de Bellas Artes, discípulo de Ventura Rodríguez. La traza del nuevo Espíritu Santo era de dos grandes patios separados por las caballerizas. A ambos lados de la fachada principal, zaguán y primer patio, se distribuyeron numerosas habitaciones y oirás dependencias, cocinas, comedores, y tiendas de vino y comestibles. Había cocinas comunes y particulares, granero y pajar, con escaleras para el sótano y para el segundo piso o «cuartos altos». Al fondo, en el segundo patio, más caballerizas y cobertizos para carruajes. Y algo tan imprescindible como pozos y pilas de agua.

Las condiciones impuestas por el Ayuntamiento fueron estrictas: no podría darse posada a nadie que no fuera forastero, no se permitiría ninguna clase de contrabando, y se llevaría cuenta detallada de los comestibles vendidos, a fin de pagar los impuestos correspondientes, «con absoluta prohibición de vender vino por menor ni mayor, no siendo a los pasajeros».

En 1792 la venta del Espíritu Santo estaba arrendada a Juan de Vallcorba por 50.000 reales anuales, lo que supone un gran rendimiento hotelero por la concurrencia de clientes. Así continuó hasta bien entrado el siglo XX.

Por los años en que estaban construyéndose los primeros holelitos unifamiliares de La Guindalera, allá por 1876, una compañía constructora, «La Peninsular», edificó, a orillas del arroyo, a la izquierda del Puente, una pequeña colonia de casitas, hoy desaparecidas. En el plano de 1903 se puede apreciar la ubicación de estas viviendas, con una sola calle, la de Pignatelli, de corta vida, posiblemente por las desagradables emanaciones del Abroñigal, sin curso de agua la mayor parte del año».

Siguiendo el curso del arroyo, no había más que huertas, que limitaban al oeste con el canalillo o acequia de riego que se internaba por el barrio de Prosperidad. El plano de 1916 divide claramenie el espacio, a uno y otro lado del Abroñigal. A la derecha los barrios de San Pascual, La Concepción, Vista Alegre y Ventas del Espiritu Santo. A la izquierda Prosperidad, Guindalera y Madrid Moderno, nombre éste que engloba también Ia antigua zona de los ventorrillos cercanos al puente.

La situación cambió de forma radical con el traslado, en 1929, de la antigua Plaza de Toros, a la localización actual, obligando a urbanizar todo el sector. Desaparecieron ventas y merenderos, y los aledaños de la nueva Plaza se convirtieron en lugar de encuentro para los aficionados a la Fiesta de Toros. La calle de Alcalá, entonces carretera de Aragón, seguía siendo transitada por los viajeros que entraban en Madrid, y que debían pagar por sus mercancías en el Fielato instalado en la Plaza de Ia Alegría (hoy Manuel Becerra).

Cambiaron las costumbres y los usos, pero el nombre de Las Ventas, aunque en un gran porcentaje ocupara la parte opuesta del Abroñigal, siguió estando unido al puente y a la Fiesta, siendo uno de los nombres más populares de Madrid, universalmente conocido como cátedra del arte taurino.La Plaza de Toros de las Ventas, con un aforo de 23.000 personas, de estilo neomudéjar. obligó a rebajar el altozano que colindaba con el Madrid Moderno y a derribar ventas, merenderos y casitas bajas de la carretera de Aragón.

Consecuencia de esta transformación fue la edificación de una pequeña «Colonia de los carteros», al final de la calle Martínez Izquierdo, en lo que antes estaba ocupado por una de las más amplias huertas de la zona, la «Huerta del Catalán». La iniciativa había partido de la Sociedad Cooperativa de Casas Baratas para carteros, creada a raíz de la ley de casas baratas, de 10 de diciembre de 1921. Dos años después, la Sociedad pedía licencia para habitar las primeras viviendas, obra del arquitecto Enrique Martí. En total se construyeron ciento veinte viviendas unifamiliares, en hileras cuadriculadas rodeadas de un pequeño jardín.

Durante la República, sus calles fueron pavimentadas y alumbradas con farolas de gas. Los carteros insistieron en la necesidad de contar con transporte público, alegando que «se trata de una barriada numerosa, habitada por funcionarios modestos, que se ven obligados a recorrer largas distancias, sin verdaderos medios de comunicación».

La propuesta de la Sociedad para rotular sus calles, en 1931, está claramente influida por las aspiraciones republicanas. Así, proponen al Ayuntamiento los nombres de «Máxima Belleza», «Máxima Bondad», «Máxima Libertad» y «Máxima Justicia» que, suprimido el adjetivo, quedaron reducidas a Belleza, Libertad, Bondad y Belleza, como conservan en la actualidad. Con todo, son las rotulaciones más poéticas que se pueden encontrar en el callejero madrileño. Otra calle quedó reservada para el «Doctor Thebusen», seudónimo del andaluz Mariano Pardo de Figueroa, fallecido en 1918, «cartero honorario de Madrid».

Esta modesta colonia de villas unifamiliares está siendo ahogada en la actualidad por bloques de viviendas y el Hotel Parque de las Avenidas, que se han levantado a su alrededor, pero aún mantiene su independencia y sosiego, en medio del bullicio, entre las calles Martínez Izquierdo y Brescia, con porches sombreados por arbustos y parrales, que dan colorido y vida a esta pequeña ciudad-jardín, milagro de supervivencia entre el asfalto y el cemento.

Entre 1939 y 1954 la política de apoyo a la construcción favoreció la iniciativa privada, pero son también años de fiebre constructora oficial. A ello se dedican la Obra Sindical del Hogar y los Patronatos de organismos ministeriales, ayuntamientos y centros oficiales. Al fin, ante el acuciante problema de la falta de viviendas, la ley del 14 de mayo de 1954 establece las viviendas «de tipo social», con la limitación de cincuenta metros cuadrados, y la del 15 de julio del mismo año, que crea las de «renta limitada», ordenada a incorporar la iniciativa privada al quehacer inmobiliario de carácter social. A esta última ley corresponde la construcción, por la Caja de Ahorros de Madrid, de otra colonia obrera entre Martínez Izquierdo y la Plaza de Toros, cuyas calles reciben los nombres de políticos del momento, como conde de EIda y Alberto Martín Artajo, acogidas en el Instituto Nacional de la Vivienda por ley de 1954.

Por último, tras el pinar de la Plaza de Toros, y como continuación de la Avenida de los Toreros, se levantan en estos mismos años unos bloques de pisos que completan la fisonomía actual de la zona. En ese mismo lugar y aledaños se alzaba antes una modestísima urbanización llamada «Colonia Circular», vulgarmente conocida como las «Casitas de papel», en memoria de una canción de la posguerra y por su escása consistencia, que las convirtió en ruinas al poco tiempo.

La calle de Julio Camba, que baja hasta Alcalá bordeando la Plaza de Toros, separando ésta del Madrid Moderno recibió este nombre en 1964, en honor del escritor humorista, fallecido dos años antes.

Madrid Moderno

«A veces, el Bizco y Vidal habían pasado malas épocas, comiendo gatos y ratas guareciéndose en las cuevas del cerrillo de San Blas, de Madrid Moderno y de cementerio del Este». Así describe Baroja en La busca la vida (si es que así puede llamarse) de los raterillos del hampa madrileño, expulsados a la periferia por los años de la Restauración. Pero, poco después, la pintura de Valle Inclán era muy diferente: «Al principio las gentes se negaban a creerlo. Muchos dudaban afirmando que Madrid Moderno no era un barrio para tragedias de aquel jaez», al comentar el doble crimen que sirve de base argumental a su folletín La cara de Dios (1899).

De aquellos «cerrillos» y altozanos en cuyas «cuevas» podían pasar la noche los pícaros del hampa, la zona comprendida entre la calle Alcalá y La Guindalera, vino a convertirse en un barrio elegante, al sur del canalillo o acequia que regaba las huertas, y que fue diseñado para acoger a una clase acomodada. La obra, sin embargo, no tuvo buenos comienzos, ya que a los pocos meses fue paralizada, por carecer de licencia municipal. Los terrenos eran propiedad del empresario y promotor de la urbanización, don Julián Marín, que pronto traspasó a don Manuel Santos Pineda, quien presentó recurso legal contra la orden municipal que le obligaba a pagar más de once mil pesetas por la licencia, a razón de cuarenta pesetas por casa, alegando que «las casas no dan a ninguna calle pública; todas las calles son particulares, sin servicio alguno municipal; que la instalación de agua y alcantarillado las ha pagado él, así como los árboles de aquella hermosa barriada».

Había comenzado la obra de urbanización en 1890, y quedó paralizada al año siguiente, sin conseguir doblegar al Ayuntamiento. Tras dos años de pleitos, se decide la venta a don Francisco Navacerrada Sánchez, que se hizo cargo de las sesenta y dos villas ya construidas y de la deuda al municipio. El 6 de junio de 1893 la Reina Regente visita las obras del barrio, al que su nuevo propietario había bautizado solemne y pomposamente como el «Madrid Moderno», consiguiendo que los periódicos hablaran del «más europeo de todos los barrios madrileños».

Navacerrada proyectó en la misma urbanización un exótico «Parque de Rusia». entre la Avenida de los Toreros y la calle Londres, con jardines de recreo, un lago, salón cubierto para teatro, conciertos, patinaje y baile público, además de cafetería y restaurante. Navacerrada enterró su fortuna en este proyecto, muy a tono con el nombre de la urbanización, que, a pesar de haber conseguido la licencia del ayuntamiento en 1895, no llegó a hacerse realidad, aunque se conservan los planos y dibujos de todo lo proyectado (AV. 13-199-7), obra del arquitecto Mariano Belmás.

En 1894 había ya 94 villas (hotelitos) en el Madrid Moderno, entre las calles Caslelar, Moret, Navacerrada y Alberto Aguilera. Hoy día -año 2008- aún se mantienen en pie una decena de estas casas balconadas, a la espalda de Alcalá, en la calle Roma (números, 12, 14, 22, 28. 30, 36. 38. 40 y 42). Son viviendas unifamiliares que evocan el urbanismo inglés, con sótano y jardincillo delantero, cerrado por artísticas verjas de hierro fundido, como las columnas que sostienen el balcón, fachada de ladrillo visto, con adornos modernistas en cerámica. Aquí vivió, en 1912, el doctor Jaime Vera, el más importante teórico del socialismo español.

Al sur de la barriada, una extensa zona verde impedía la comunicación con la Plaza de la Alegría (Manuel Becerra) limitada a las entradas por Cartagena, desde el Camino de Ronda, y Cardenal Belluga, desde Alcalá. A mediados de siglo se urbanizó esta zona, reduciendo la zona ajardinada y construyendo viviendas para funcionarios municipales en la nueva calle del Doctor Florestán Aguilar, dentista de la Casa Real, y Doctor Gómez Ulla. Presidente del Consejo General de los Colegios Oficiales de Médicos, a partir de 1904. El triángulo ajardinado restante se transformó en el actual Parque «Eva Duarte», con instalaciones deportivas municipales, y con la iglesia de Muestra Señora de Covadonga, reconstruida en 1940 sobre las ruinas de la parroquia interior, del mismo nombre, que databa de 1914, pero que fue incendiada en 1936. En este parque crecen cedros, lauros, prunos, dracenas, tuyas, álamos y aligustres japoneses. También cuenta con las únicas fuentes públicas en todo el barrio.

Alberto Aguilera, el emprendedor alcalde de Madrid tuvo el raro privilegio de contar con dos calles en Madrid durante un par de años, ya que en 1903 el Ayuntamiento puso su nombre al antiguo Paseo de Areneros, y hasta 1905 no sustituyó el de este barrio por el de calle Londres, con que se conoce en la actualidad. La de Segismundo Moret cambió su nombre por el de Roma. Los dos promotores de la urbanización, Julián Marín y Francisco Navacerrada, contaron también con calle propia. Pero sólo subsiste la segunda, ya que la del primero cambió su rotulación en 1931 por la de Avenida de los Toreros, a cuyo comienzo se instaló una casa de Baños, hoy Casa de Cultura.

También en esta calle principal se ubica la «Fundación Caldeiro», institución benéfico-docente para huérfanos de Madrid, inaugurada el 19 de marzo de 1911, convertida hoy en centro de enseñanza. El ABC de Madrid recogía así la noticia: «Muy en breve se inaugurará en este barrio un asilo de artes y oficios, fundado con un capital de tres millones de pesetas que para este benéfico y filantrópico objeto legó el notario de Madrid D. Manuel Caldeiro, fallecido pocos años ha. En este asilo se dará educación a cien huérfanos, hijos de Madrid. Ocupa el edificio una extensión de doscientos mil pies cuadrados, y en él se hallan instalados amplios talleres, higiénicos dormitorios, patios para recreo, lavadero mecánico, escuelas, enfermería y otras necesarias y modernas dependencias».

Al Cardenal Belluga, belicoso prelado del siglo XVIII, fanático defensor del rey Felipe V de Borbón frente a las pretensiones del archiduque Carlos de Austria, está dedicada la vía de acceso al Madrid Moderno por la calle Alcalá. Su prolongación tomó eI nombre de Abenoza, hoy de Francisco Santos, escritor madrileño del siglo XVII, y termina más arriba, en la Plaza de María Pignatelli, después de cruzar la del Marqués de Ahumada, donde comenzaba «teóricamente» la zona del «Parral».Si las más importantes calles de esta barriada han perdido su primitiva fisonomía, la transformación no ha llegado aún a otras más pequeñas o recoletas, como la de las Palmas, la de Ricardo de la Vega, sainetero del siglo XIX, la del músico sevillano del XVIII Manuel García o la de Luis Díaz Cobeña, decano del Colegio de Abogados de Madrid, fallecido en 1915. Estas callejuelas que, con las de Luis Adaro y San Juan de la Cruz, tienen su natural salida a la Avenida de los Toreros, conservan el tipo de construcción unifamiliar ideado por Marín, Santos y Navacerrada. Pero estos vestigios son mínimos, ya que las nuevas construcciones, de mayor altura, van sustituyendo y ahogando a las antiguas.

El Parral

A comienzos del siglo XX, en el precioso y preciso Piano de Madrid y pueblos colindantes, del Comandante de la Guardia Civil Facundo Cañada López, dibujado y grabado por Andrés Bonilla, aparece, en el descampado existente entre La Guindalera y el canalillo de riego, un espacio verde rotulado como «El Parral».

No sólo despoblado sino auténtico vertedero de basuras, que impedía la salida de calles como Eraso, María Teresa o Marqués de Ahumada, donde tenia su ubicación un famoso invernadero, el «Jardín de Salas». La calle Pintor Moreno Carbonero, antes de Lozano, que comienza en Cartagena, era la única entrada y salida urbanizada de El Parral, con dos instalaciones religiosas, el noviciado de las Esclavas de María y la residencia de las Hermanas de la Caridad, sin contar la instalación provisional de un colegio Evangélico.

Aunque no consta con evidencia documental el origen del nombre, parece lo más probable que «El Parral» es un topónimo alusivo al árbol frutal dominante en el contorno. Aún pueden verse en nuestros días frondosos parrales cubriendo los pórticos y jardines de las escasas villas que permanecen en pie. Arboles plantados más para dar sombra en verano que para el consumo de sus frutos, y que sugieren las plantaciones de parras en todo este lugar, tan abundante en huertas y árboles frutales.

También es cierto que, en este lugar, existió un merendero conocido como «El Parral», nombre con que también se conocía el convento de las Hermanas de la Caridad, donde se repartían gratuitamente medicinas y alimentos a cuantos lo necesitaban. Cuando estas mongitas decidieron establecerse aquí, en una finca que perteneció al rico propietario don Francisco Remiro (a quien se dedicó una calle) lo hicieron pensando en casa de convalecencia para las religiosas enfermas, pero pronto se convirtió en dispensario médico para los pobres, con tal éxito popular que el barrio de La Guindalera fue más conocido entre el pueblo llano como «Casa de la Salud de San Cayetano». Hoy día las hermanas regentan una guardería y una residencia de señoritas.

La primitiva barriada del Parral, a espaldas de la calle Cartagena, fue creciendo con nuevos edificios y calles, desde Moreno Carbonero, Francisco Remiro, Conde de Vilches, Marqués de Ahumada, con la Plaza central de María Pignatelli, Oltra, Antonia Ruiz Soro y las recoletas plazas de Boston y Burdeos, que con la calle Otero formaban el límite del Parral hasta que, a mediados de siglo, comenzó la construcción del Parque de las Avenidas. Hasta entonces, eran las casas de la periferia más alejadas de Madrid en la zona de La Guindalera, construidas sin plan urbanístico, aisladas entre ellas y por tanto, de fisonomía diferente.

Esta misma razón de lejanía fue la que determinó la ubicación, al norte, lindando con el camino de Canillas (hoy calle del Corazón de María) de un gran complejo deportivo conocido como «Club Santiago», con entrada por la calle Méjico, que ha llegado, aunque muy mermado, hasta nuestros días. Es un club privado, con una superficie de 53.374 m2 , el único de tal extensión que existe dentro de la capital. Las mermas que ha padecido, desde 1942, en que comenzó a funcionar, fueron las obligadas por la construcción de la autopista de Barajas, que se llevó por delante varias zonas deportivas, y muy recientemente por la urbanización de «Los Altos del Parral», con la construcción de anchas avenidas, como la del novelista y Premio Nobel Camilo José Cela, que ha cortado en dos el terreno del club, para dar paso a la prolongación de Moreno Carbonero, que conecta la calle Cartagena con la M-30 atravesando el Parque de las Avenidas.

La extensión actual del club, no obstante, es suficiente para mantener patinaje, campos de jockey, baloncesto y otros deportes, a los que solo tienen acceso los miembros del club. No sé si algún día se harán realidad los proyectos de un campo de futbol y otro de hípica. Los terrenos descampados que aún subsisten entre El Parral y el Parque de las Avenidas no podrán permanecer mucho tiempo sin urbanizar, aunque están pendientes desde hace años las decisiones de la Junta de Compensación.

La conocida como autopista de Barajas tiene su arranque, precisamente, en terrenos del Parral, en el cruce con la calle Cartagena, donde comienza la Avenida de América, y constituye el límite norte del Parral-La Guindalera-Parque de las Avenidas. En su corta existencia, la autopista -hoy congestionada- ha ofrecido un inestimable servicio a la capital de España desde 1953, no sólo por facilitar el acceso al aeropuerto de Barajas, sino también por sustituir a la anticuada carretera. La construcción del aeropuerto fue acordado por el Gobierno de Alfonso XIII en 1929, siendo inaugurado dos años más tarde, pero no se abrió al tráfico internacional hasta 1946, pasados ya los desastres de la Guerra Civil. En constante modernización, ha sufrido los terribles golpes del terrorismo, pero por sus instalaciones y su incesante tráfico está considerado uno de os mejores del mundo.

Parque de las Avenidas

Desde los límites del Parral y La Guindalera hasta el Abroñigal quedaban todavía muchos terrenos por urbanizar a mediados del siglo XX. Activada la iniciativa privada por las leyes de apoyo a la construcción de viviendas de «renta limitada» (1954) o a las «subvencionadas»(1957), se aprueba finalmente, el 23 de diciembre de 1961. el «Plan nacional de la Vivienda», con vigencia de 16 años, para construir millón y medio de viviendas. La euforia constructora llega también a la periferia de Madrid, donde, al amparo de la ley de renta limitada, el político Dionisio Martín Sanz vende estos terrenos a la Compañía Inmobiliaria Organizadora del Hogar. S.A. (CIHOSA), con sede en la calle Eloy Gonzalo, 27, que consigue licencia municipal para una actuación urbanística a gran escala, que recibe el nombre de Parque de las Avenidas, con una extensión de cuarenta hectáreas aproximadamente.

Donde antes no había más que huertas, tejares y casitas de labor, entre el Canalillo y el Abroñigal, comienzan a levantarse rápidamente, en tres fases, bloques de viviendas, algunas con garaje propio, y terrazas voladas en todos los pisos, pensadas para una población de clase media, que comenzó a ocupar sus casas incluso antes de la inauguración, que tuvo lugar en 1969. Los primeros en hacerlo fueron los mutualistas de la Mutualidad Laboral. Una de las dificultades que hubieron de sortear los arquitectos fue el desnivel de los terrenos, que alcanzaba los siete metros bajo la rasante de la Avenida de America.

Las laderas del arroyo Abroñigal, convertido en espaciosa carretera de circunvalación de Madrid, con el nombre de Avenida de la Paz por acuerdo de 26 de noviembre de 1965, desde la Avenida de America hasta Ventas, en terrenos de propiedad municipal, se transformaron en una bella zona ajardinada y de esparcimiento. Con abundante arbolado (pinos, arces, abetos, cedros, enebros, sauces, álamos y prunos) y unas modernas instalaciones deportivas. Recibió el nombre de «Parque Breogán», el mítico rey celta de Galicia, presidido por un granítico monolito, donde se ha grabado un elogio a Galicia, por Castelao.

La arteria principal de la urbanización es la Avenida de Bruselas, que esta cruzada por otras dos: Bonn y Baviera, entre las cuales se construyó años después una parroquia católica, la de San Juan Evangelista, obra del arquitecto Echenique. Inaugurada el 14 de marzo de 1971, a la que se sumó dos años después la de San Bonifacio diseñada por Luis Cubillo entre este Parque y El Parral.

Oirás calles de la urbanización corresponden también a ciudades europeas cuyo nombre comienza con Ia letra B, como Boston, Bremen, Bayona, Brístol, Berna, Bolonia y Biarritz, y las plazuelas de Burdeos y Basilea, con dos excepciones: la avenida de Brasilia, capital de Brasil, y la plaza de Venecia.

Desde el primer momento surgieron problemas de abuse por parte de la empresa constructora, que no se atuvo a las licencias municipales vendiendo los locales destinados a garaje, reduciendo a 57.000 los 89.971 metros cuadrados de zonas verdes impuestos por la Comisaría de Urbanismo. Igualmente, los 835.450 metros cúbicos autorizados, se convirtieron, sin la necesaria autorización, en un millón ciento quince mil que tiene en la actualidad.

El Parque contó desde el principio con una moderna central térmica que tuvo grandes problemas desde el comienzo, acentuados por la protesta de los vecinos en octubre de 1976, que se quejaban de un deficiente servicio de calefacción y agua caliente. Los accionistas de la empresa explotadora de la central, que eran los mismos de CIHOSA, amenazaron con el desguace y la conclusión del suministro si persistían las críticas de las cuatro mil familias que ya habitaban la urbanización. En ese momento el presidente del Consejo de Administración de CIHOSA era don Juan Bernal Pareja, el vicepresidente don Joaquín Garrigues y Díaz-Cañabate. Habiendo acordado los vecinos en 1973 el impago de las cuotas, la empresa se declaró en suspensión de pagos interrumpiéndose el servicio de agua caliente el 4 de agosto de 1976. Efectivamente, Ia central térmica fue desguazada y el suministro de agua caliente y calefacción hubo de ser asumido independientemente por cada comunidad de propietarios. Los locales de Ia central fueron vendidos y transformados en aparcamiento de coches.

Hoy día cuenta con unos excelentes servicios de comunicación: la línea 7 de Metropolitano y las líneas 43, 48, 53, 74 y 122 de la Empresa Municipal de Transporte: Carece el barrio de lugares para espectáculos y diversión (excepto un Bingo), sin más centros culturales que el parroquial, como corresponde a un barrio residencial, diseñado por los arquitectos don Luis Calvo Huedo y don Francisco Echenique Gómez.(Habiendo fallecido el primero durante las obras de construcción, se le dedicó la calle de salida a Martínez Izquierdo).

Sin embargo, en la vecina calle Azcona existe Ia Biblioteca pública «Manuel Alvar» y la Escuela de Formación profesional y sindical Julián Besteiro. Hay en el Parque de las Avenidas un excelente colegio de enseñanza primaria y secundaria, a cargo de los Padres Menesianos, y tres pre-escolares. centros de idiomas y de conducción, una librería (Polifemó) y numerosas tiendas y centro comerciales. El Hotel Parque de las Avenidas completa la actividad comercial de Parque, que cuenta también con varios restaurantes y entidades bancarias. Al contrario que el resto de La Guindalera, el Parque de las Avenidas fue concebido y realizado como una gran urbanización, pensada como un conjunto unitario y planificada con criterios de uniformidad arquitectónica.

Algunas fuentes bibliográficas

Aparte de lo que se pueda leer en las escasas historias generales de Madrid publicada en el siglo XX, hay algunos escritos monográficos sobre el ahora conocido como «El barrio 44″ madrileño, que completan cuantos datos históricos se conservan en los archivos municipales. Así, el libro de Roberto Roldan y Alvaro González, Guía práctica de Madrid. Distrito 4o: Buenavista. Barrio 6»: Guindalera, Madrid, 1903; lo reportajes publicados en ABC en 1906 sobre barrios de Madrid, uno con el artículo de Rómulo Muro, La Guindalera, aparecido el 20 de agosto, con fotos de la iglesia de Pilar y de «La cuna del barrio de La Guindalera»; y otro titulado Madrid Moderno, el de septiembre, con una «Vista del conjunto de la barriada», «La calle de Navacerrada» ; un tercero sobre «La Fundación Caldeiro, Escucla de Arles e Industrias para huérfanos, hijos de Madrid». En 1909 Pedro Núñez Granes presenta un «Plan de urbanización del extrarradio», que cae en ti vacío, lo mismo que el de 1923.

En el año 1927 se publicó un libro sobre El futuro Madrid, informe de la Compañía Madrileña de Urbanización, fundadora y constructora de la Ciudad Lineal, y se propuso un concurso internacional, celebrado al año siguiente, para extender a la periferia de Madrid el sistema urbanístico de la Ciudad Lineal.

En 1931 se creó la Oficina de Urbanismo, para seleccionar el mejor de los planes presentados, pero el advenimiento de la República, con sus trágicas consecuencias, impidió seguir con el proyecto, hasta el año 1939, en que se hace público el «Plan General de Ordenación, reconstrucción y extensión de Madrid», conocido como «Plan Maroto» y presentado por el alcalde Alberto Alcocer, en el que se propone construir en la zona dos grandes avenidas; una que atraviesa La Guindalera, desde el Puente Calero hasta María de Molina, por Cartagena, y otra hasta la calle O’Donnell, con una nueva «Gran Vía del Abroñigal», poniéndose las bases municipales para el trazado del «Gran Madrid» en el año 1955.

La colaboración de José D’Ors Vera, Madrid de ayer y de hoy, El barrio de la Salud, hoy de La Guindalera, aparecido en la revista Mundo Gráfico del 19 de febrero de 1930, contiene varias fotos: «Un aspecto del barrio de La Guindalera, denominado antiguamente de La Salud». «El sanatorio Villa de Salud, que lleva por nombre el antiguo del barrio». «El jardín del sanatorio Villa Salud» y «El moderno paseo de Francisco Silvela». En la misma revista Mundo Gráfico, y en la misma sección. apareció un artículo de BLAS-KITO (Federico Blasco) sobre El puente de Las Ventas, con dos vistas del puente, el 14 de mayo de 1930. Dos años antes había aparecido en el periódico El Imparcial, del 19 de diciembre de 1928, una semblanza de La Venta del Espíritu Santo, que recogía lo dicho treinta años antes por el periodista ZEDA (Fernández Villegas) en La Ilustración Española y Americana, en el número correspondiente al 22 de marzo de 1897. Hay una visión de conjunto en el estudio de M. Valenzuela Rubio. «Iniciativa oficial y crecimiento urbano en Madrid. 1939-1973». en la revista Estudios Geográficos, de 1974. y otro histórico sobre el eje crucial de Las Ventas, por J.A. Rueda Vicente. «La Venta del Espíritu Santo del siglo XV al XVIII». publicado en los Anales del Instituto de Estudios Madrileños, de 1996. completado por Inocencio Cadiñanos Bardeci. «La Venta del Espíritu Santo y su reconstrucción en el siglo XVIII». aparecido años más tarde en la revista Torre de los Lujanes, basándose en el expediente y plano conservado de 1776.

Recientemente, en septiembre de 2007, un alumno de la Universidad de Alcalá, Alfredo Pérez Camino, ha presentado en la Escuela de Arquitectura y Geodesia un trabajo de Fin de Carrera, novedoso y completísimo. Sobre la evolución histórica de las divisiones administrativas de Madrid, elaborado a partir de la Base de datos informática HISTOMAD, que facilita cualquier estudio sobre los barrios madrileños.

3 respuestas a Historia del barrio

  1. Carlos Ernesto dijo:

    Hola compañeros.
    Este repaso histórico es muy completo e instructivo. Me falta como broche, la movilización actual de los vecinos y en este caso, de la Asamblea Popular en el barrio. Un saludo y un besoabrazo de oso, Carlos Ernesto. Asamblea Popular de Carabanchel.

  2. Muchas gracias por la sugerencia Carlos Ernesto,

    En principio queriamos centrarnos en contar la historia del barrio y por eso no hemos entrado a añadir más contenido a este texto. Además, el futuro esta aún por escribirse!

    Un saludo para todos l@s compas de Carabanchel ^^

  3. Pingback: La Guindalera demolida (Madrid) | Urban Idade

Los comentarios están cerrados.